El precio de las palabras

Cuenta Orwell en su libro Homenaje a Cataluña que durante los primeros meses después del golpe de estado de Franco, las calles de Barcelona eran un lugar singular en Europa. Después que las milicias detuvieran a los militares sublevados en la ciudad, los obreros podían pasear orgullosos por las calles con sus uniformes de trabajo, mientras que los patrones optaban por ocultar su identidad escondiendo sus lujosas vestimentas.

Algo más de ochenta años después la involución es tremenda. Hoy, trabajadores, parados, estudiantes, jubilados y demás somos fustigados verbalmente por los representantes del poder día sí día también.

Comenzó la traca el ministro Montoro con su «los sueldos no están bajando, están subiendo moderadamente». Pronto se descubrió que el dato que usó para lanzar esta afirmación era el único indicador, de los cinco disponibles, que mostraba una subida salarial, aunque solo contempla a los empleados sujetos a convenios colectivos.

Días después nuestra profesora repelente particular, la vicepresidenta Soraya acusaba en falso a medio millón de parados de cobrar el subsidio de desempleo a la vez que ejercían otro trabajo remunerado. De nuevo, pocas horas después se comprobó que la cifra de 500000 personas, solo hacía referencia a parados que había cometido algún error administrativo durante el proceso de solicitud de la ayuda.

Ayer, la ministra Ana Mato, pedía su cuota de protagonismo afirmando que nos encontramos en la legislatura de las políticas sociales. No extraña que viva en otro mundo la señora que dijo desconocer el Jaguar que su marido aparcaba en el garaje de su casa.

Y por último, otro insigne bocazas, Emilio Botín, ha alardeado hoy del magnífico momento por el que atraviesa España, con dinero apareciendo de debajo de las piedras. No es de extrañar que esté contento porque llegue dinero aquí. Ya se encargará el de llevárselo a Suiza o algún otro paraíso fiscal. Lógicamente, un país en el que se hacen amnistías fiscales o se hacen leyes a medida para macrocasinos parece un gran lugar para invertir.

Se me ocurren dos motivos por el que todos estos personajes pueden decir toda esta serie de barbaridades. Uno es que ellos mismos se lo crean, al fin y al cabo viven en lugar distinto a nosotros. En su mundo, los trabajadores somos unos gandules que cobramos demasiado, además de defraudadores al por mayor, que, para colmo, hemos disfrutado de una sanidad que no podíamos permitirnos. En el nuestro, los sueldos no llegan a fin mes, las universidades están cada vez más vacías, los hospitales más desatendidos y muchos de nuestros amigos y familiares tienen que emigrar buscando una vida digna.

Si esta no es la razón, la otra que se me ocurre es más inquietante. Se sienten fuertes y poderosos. Llevan dos años en los que todas sus muestras de prepotencia y chulería les están saliendo muy baratas. Con la justicia controlada, los cuerpos policiales con el cerebro lavado y una población en gran parte adormecida, se imaginan a ellos mismos como señores feudales campando a sus anchas por sus posesiones con derecho a humillar al vasallo que se cruce en su camino.

De momento sus palabras les salen gratis. ¿Hasta cuando?

 

2 comentarios en “El precio de las palabras

  1. Yo me quedo con la segunda razón que expones. Ya se han destapado del todo y han visto que no había peligro, mienten, nos roban, nos insultan, nos empobrecen…y no les pasa nada, deben de estar pensando que cuánto tiempo han perdido camuflados en su disfraz de demócratas de toda la vida. Espero que la historia les ponga en su sitio ya que nosotros no somos capaces de hacerlo.
    Un saludo

Y tú, ¿que opinas del tema?